Carlos Henao Londoño: “Mucha gente me decía, ‘¿para qué trabaja más si esto ya no se vende?’"
- vigiaselcarmendevi
- 26 ago
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Actualizado: 26 ago

Aunque no nació en El Carmen de Viboral, Carlos Henao Londoño es uno de los hombres que ha asumido con mayor entereza los actos de conocer, entender y proteger valores de la cultura carmelitana de una manera ejemplificadora. Llegó al municipio en 1963 por las condiciones de violencia que, en ese momento, se presentaban en el departamento de Caldas. Desde muy joven encontró en la cerámica un medio de vida y un abanico de posibilidades de trabajo que se convirtieron en los retos de su vida: aprender a modelar, investigar sobre pinturas bajo y sobre esmalte, desarrollar su creatividad y ponerla al servicio de la innovación de la cerámica local.
Alrededor de 60 años de dedicación al oficio (irónicamente insuficientes), son ejemplo de entrega por conocer, mejorar la aplicación de técnicas y descubrir sus propias posibilidades de creación; Carlos fue testigo y partícipe de lo que él llama “la época de apogeo de la cerámica” del siglo pasado: donde la producción era intensa y las fábricas estaban al máximo haciendo platos, tazas y pocillos; la vajillería (con la variedad que comprende), aún no era un renglón comercial ni tan desarrollado, ni tan representativo para las fábricas carmelitanas como lo es en el presente.

Carlos define su proceso formativo marcado esencialmente por el empirismo y como muchos de los hombres que hoy son sinónimo de legado y persistencia en la producción de cerámica, su primer acercamiento fue como ayudante de torno: peloteando, desmoldando y puliendo piezas en la fábrica Cerámicas El Triunfo; en su memoria y sus afectos permanece Hernando Urrea, su maestro en el torno y uno de los ceramistas con quien empezó a desarrollar sus capacidades en el trabajo manual.
Como mero acto de agradecimiento, Carlos recuerda no solo las fábricas en las que trabajó sino a muchos de los colegas con los que aprendió y que lo hacen ser como es: un hombre que ha procurado ayudar, enseñar, innovar en el diseño de piezas y desarrollar su creatividad especialmente en el diseño de decoraciones. Su ventaja, como él mismo cuenta, es haber aprendido algo de muchas cosas y no haber abandonado la idea de hacer de este oficio su forma de vida.

Algo que destaca en su figura es el hecho de pertenecer al conjunto de ceramistas tradicionales que aprendió y desempeñó todos los oficios posibles: a Ezequiel Gómez y a Clemente Betancur les debe sus conocimientos sobre la fabricación de hornos colmena, a su paso por la Locería Júpiter lo que sabe sobre preparación de fritas y producción de bolas y adoquines de porcelana, al trabajo en la fábrica de rubicones de doña Sofía Montoya y su hijo Fabio Arcila, lo aprendido sobre refractarios. A los procesos formativos que tuvo a través del SENA, Artesanías de Colombia, la Universidad de Antioquia y un corto paso por Bellas Artes (que no pudo completar por escasez de recursos económicos), les debe su saber en modelado en yeso, dibujo y diseño. Al trabajo en Cerámicas Nacional, Continental, Gema, El Triunfo, en una fábrica en el municipio de Envigado decorando porcelanas y a su propio taller les debe la continuidad, la pasión y los aprendizajes que lo han mantenido activo desde que conoció este oficio.

Para Carlos, cada una de estas experiencias tiene el valor de permitirle visualizar lo que le gustaba y captar la esencia de aspectos de la producción que debía aprender a desarrollar de acuerdo con sus posibilidades y que le sirvieron de inspiración para luego hacer sus propias creaciones, fueron el punto de partida para pensar a profundidad e investigar por cuenta propia cuestiones del oficio que antes eran urgentes y necesarias de resolver en el día a día, pues cada parte del proceso de producción, desde la formulación de la pasta hasta el acabado final, debía hacerse aquí mismo.
Lo determinante de la conjugación de estos escenarios de aprendizaje (el relacionamiento con otros ceramistas, la educación formal y la propia investigación en los talleres), es que conforman el ir y venir del desarrollo del sistema de conocimientos de la cerámica de El Carmen y tanto Carlos como los demás ceramistas del municipio han hecho su aporte para superar el plano de lo superficial: “A uno le tocaba investigar, uno adquiría un conocimiento de una cosa, por ejemplo: esto es para qué, con qué se compone esto, con que se compone lo otro, esta arcilla es una, esta arcilla es otra, el caolín es otro, cómo se hacen las mezclas de los elementos, o la carga de un molino para hacer una pasta. Entonces, uno en las fábricas iba ampliando ese conocimiento, por eso a mí me gustaba meterme en todo, ayudaba en todo para poder aprender”.
Aunque no desconoce las limitaciones a las que cada día se enfrentan los ceramistas (pues él mismo puede dar fe de ellas), Carlos resalta lo determinante que es el interés puesto sobre el aprendizaje para poder mejorar. En contraposición a esto no ha dejado de buscar formas de crear (por ejemplo, modelos nuevos) y juzga con tristeza la falta de iniciativa que ha percibido en ciertos momentos, por la copia y reproducción de piezas que llegan o salen del municipio, por eso evoca las enseñanzas de sus maestros y destaca la importancia de valorar más la creación que la imitación.

El modelado ha sido algo esencial e inseparable de su hacer: “Me gustó cuando monté el torno en el taller, monté dos tornos y empecé a moldear. Hice mucho modelo para gente que venía buscando modelos nuevos. Yo le hice modelos a cerámicas que eran casi dependencia de Corona, de don Juan Fernando Echavarría, de los mismos familiares de los Echavarría de Corona. Cuando Fernando llegaba y yo estaba haciendo un modelo, me decía ‘Carlos, véndame ese modelo’, y yo le decía, ‘no, yo lo hice para sacar una producción’, pero si un modelo valía $20 y él me daba 50 o 100, simplemente yo hacía otro distinto”.
Para Carlos, un valor esencial de la práctica artesanal de la cerámica es la capacidad de crear, de llenar los vacíos que existen entre lo que uno quiere hacer y lo que los consumidores buscan. A esa inquietud por conocer e ir más allá de lo habitual se debe que, habiendo consolidado su crecimiento como ceramista en las fábricas de producción de loza y siendo un difusor y heredero directo de lo que allí sucedía, terminara incursionando en campos del oficio poco habituales para la línea básica de producción de la cerámica de El Carmen.
Desde 1976 empezó a trabajar en su taller y aunque inició haciendo vajillería tuvo que cambiar su producción sencillamente porque no le resultó rentable. Con esfuerzos incontables lo sostuvo durante los días difíciles en que no había venta de cerámica produciendo floreros, ceniceros, cerámica de una sola quema decorada en frío, haciendo moldura por encargo para fábricas de Rionegro y Medellín, entre otras. La situación por la que atravesaron, en general, los ceramistas de El Carmen en las décadas de 1980 y 1990, les obligó a buscar otras alternativas y su caso no fue la excepción.

En parte por la necesidad de trabajar y en parte por las oportunidades que se le fueron presentando a lo largo de su trayectoria personal, Carlos se acercó antes a la decoración sobre esmalte que a la decoración bajo esmalte. Influenciado por los cursos de dibujo y diseño y de su paso por Bellas Artes, la decoración de cerámica se consolidó como uno de sus intereses más personales: “Yo veía cositas muy sencillas e iba diciendo: que bueno sacar diseños nuevos”, recuerda. Aunque empezó a decorar sobre esmalte, entró a trabajar a Cerámicas Continental donde estuvo aproximadamente un año, “Allá sí empecé ya a decorar en serie. En serio y en serie”.
Al salir de Continental, y antes de llegar a Cerámicas Gema, ingresó a una empresa ubicada en Envigado a decorar porcelana sobre esmalte: “Desde ahí cogí práctica en el decorado de porcelana con estudiantes de Bellas Artes […]. Ellos traían porcelana de la China y de Italia, la usaban para decoración de edificios, oficinas y todo eso, lo que eran jarrones artísticos, piezas muy bonitas. Entonces ahí ya cogí un poquito de práctica. […]. Ahí dije, voy a hacer esto”.
En el universo de producción de la cerámica del municipio, lo poco que se relaciona con la decoración sobre esmalte es el uso de calcomanías implementado por unas cuantas fábricas durante el siglo pasado; puntualmente el ejercicio decorativo con pinturas sobre esmalte ha estado lejos del panorama de los ceramistas. Carlos es tal vez el único que lo ha asumido como una opción permanente. “Un día llega una señora acá y me pide un aviso para una finca, ‘si usted ha hecho diseños, ¿cómo no me va a diseñar letras?’ y le dije, ‘si me trae las letras’, y me dijo ‘no, usted es el que tiene que buscar la letra, yo necesito un aviso en letra gótica, usted dirá cómo me lo va a sacar, pero yo sé que usted es capaz’. Y le hice el primer aviso en baldosín, así empecé a hacer avisos. […] Como había hecho el curso de diseño, tuve esa oportunidad de desarrollar la creatividad”.

Desde antes de la existencia de una propuesta estética general para adornar y embellecer las calles o fachadas del pueblo con elementos cerámicos, Carlos ha estado dejando una pequeña parte de su trabajo dispersa por distintos rincones del municipio con sus avisos de nomenclatura decorados sobre esmalte, letreros para fincas, imágenes religiosas, pintando baldosas y plasmando en ellas lo que le piden, lo que a él le gusta y lo que le inspira: a veces también aparecen motivos florales lejos de los diseños tradicionales pero que para nada se oponen, pues en realidad, son un complemento a la tradición. Tal vez sin pretenderlo, Carlos es pionero en el ejercicio de adornar las fachadas de las casas de un modo simple, discreto, pero permanente, que ahora se extiende y se debe entender como una propuesta de apropiación y difusión de la cerámica del municipio y de sus posibilidades.

Carlos es uno de los ceramistas más tranquilos que conozco, el que, para mí, encarna de un modo especial el espíritu de servicio por un oficio que ha intentado proteger. No hace nada con prisa o con pesadez, lo hace como si lo amara. Le saca a su trabajo el mejor partido posible y extrae de cada fragmento su propia satisfacción. No tiene una gran empresa, en ocasiones, ni siquiera demasiado trabajo por hacer, tiene simplemente el taller que le sirve para vivir y divertirse. No le preocupa tanto sacar una producción numerosa como hacer bien su trabajo. Conoce cada molde, cada caja, cada baldosa, cada herramienta que hay en su taller y de este modo, conoce y vive la historia de la cerámica de El Carmen. A pesar de recibir el nombramiento como profesor de cerámica del Instituto Técnico Industrial (lugar donde impartió clases entre 1989 y 1993), Carlos no pudo consolidar su proceso como formador por motivos personales, pero sus capacidades, su espíritu desinteresado de ayudar a quien lo necesita y sus esfuerzos por la protección de la cerámica de El Carmen lo consagran como uno de los maestros ceramistas más significativos de esta tradición.
Julián González Ríos
Sociólogo.
Este escrito forma parte de una serie de relatos elaborados en el marco de la investigación "Voces del pasado presente: materiales para la comprensión de la manifestación cerámica de El Carmen", proyecto apoyado por el Programa Municipal de Estímulos del Instituto de Cultura El Carmen de Viboral, 2024.





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